martes, noviembre 01, 2005
Un Regalo para Juan Pablo II y Benedicto XVI: Clausura del Año de la Eucaristía
El viernes 4 de noviembre, en la Universidad de Piura, tendrá lugar una solemne procesión eucarística en las veredas del Campus Universitario.
El propósito de esta procesión es conmemorar la Clausura del Año de la Eucaristía.
Si bien es cierto que el Papa Benedicto XVI ya clausuró en Roma oficialmente el Año de la Eucaristía (fue al finalizar el Sínodo de Obispos que estudió temas relativos a Jesucristo Sacramentado) en la Universidad de Piura recién lo haremos el viernes 4 de noviembre, cuando las actividades en la nuestra Casa de Estudios ya ofrezcan un poco de espacio para tener esta Procesión, en la que estarán representadas todas las Facultades y Centros de la Universidad, junto con los colegios de aplicación Turicará y Vallesol..
En el Campus, el camino que hará Jesucristo Sacramentado recorrerá buena parte de las veredas que unen el Edificio Central con la Ermita dedicada a Santa María, Sedes Sapientiæ. Previamente, los alumnos y profesores de las diversas facultades y centros, así como los trabajadores de la Universidad de Piura, con las alumnas y profesoras del Colegio Vallesol, se unirán para adornar con alfombras de flores el paso de Jesús en la Eucaristía.
Mons. Óscar Cantuarias, que presidirá la Procesión y la posterior Santa Misa, ha dispuesto que quienes participen en ellas puedan obtener indulgencias plenarias, después de cumplir con los requisitos que la Iglesia dispone para ese fin.
Para promover esta Clausura del Año Eucarístico, los capellanes de las diversas facultades de la UDEP hemos recorrido muchas aulas de clase y oficinas para explicar a los miembros de nuestra comunidad universitaria cuál es la actividad que vamos a tener y cómo se pueden ganar las indulgencias. En esas visitas, hemos repartido estampas con una sugerente imagen de Juan Pablo II. Las estampas incluyen un breve examen de conciencia para facilitar la confesión, uno de los requisitos para lucrar las indulgencias plenarias.
La imagen de Juan Pablo II es, efectivamente, muy sugerente: se ve al Santo Padre de espaldas, como marchándose de un lugar. Esta fotografía la utilizó un importante diario italiano en su primera plana con las palabras "ADDIO!" acompañando la fotografía. Anunciaba de esta manera el fallecimiento de Juan Pablo II.
En las estampas de la Universidad de Piura, esta imagen lleva además la frase "Aun nos queda una tarea pendiente" haciendo alusión a que nos animemos a participar en la Clausura del Año de la Eucaristía, como asunto que queda por hacer ahora que Juan Pablo II se nos ha marchado.
Cuando el Santo Padre dispuso que hubiera un Año de la Eucaristía, de octubre de 2004 a octubre de 2005, lo hizo con estas palabras: «He querido que este Año estuviera dedicado particularmente a la Eucaristía. En realidad, todos los días, y especialmente el domingo, día de la resurrección de Cristo, la Iglesia vive de este misterio. Pero en este Año de la Eucaristía se invita a la comunidad cristiana a tomar conciencia más viva del mismo con una celebración más sentida, con una adoración prolongada y fervorosa, con un mayor compromiso de fraternidad y de servicio a los más necesitados. La Eucaristía es fuente y epifanía de comunión. Es principio y proyecto de misión» (Roma, 17 de octubre de 2004).
Ha sido una bonita casualidad que la Procesión eucarística tenga lugar precisamente el 4 de noviembre. Esa es la fecha de la fiesta de San Carlos Borromeo. Juan Pablo II, Karol Wojtyla, precisamente celebraba su santo en esa festividad. Por ello, de alguna manera éste es también un regalo para el Papa Wojtyla. Será aun un mejor regalo para el Papa Juan Pablo II si quienes participamos en la procesión nos disponemos a vivir esa celebración con la conciencia más viva alrededor de ese misterio, buscando amar más a Jesús y manifestando ese amor en obras, como lo pedía el Papa.
Dirigiéndose a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, decía el Papa Benedicto XVI:
«¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Él anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realizó en el cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha quedado, por así decir, profundamente herida, hasta el punto de que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra. Ésta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear acaecida en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí mismo» (Homilía de Benedicto XVI en la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud. Colonia, 21de agosto de 2005).
¡Cuánto confía el actual Santo Padre en los jóvenes! Como lo hacía igualmente su predecesor. A ellos compete la transformación del mundo, limpiarlo del pecado, origen de todos los males. Lo lograrán, contando con la gracia de Dios, ¡poderosísima!, que pueden encontrar en la Eucaristía. Da mucha alegría que tanta gente joven -con sus familias- se vuelque a las veredas del Campus a adorar a Jesús. En Él está la verdadera vida, la verdadera transformación -radical- que el mundo reclama y los corazones jóvenes pueden operar.