jueves, diciembre 22, 2005

 

El Milagro de Navidad de 1914

La Navidad de 1914 fue muy especial, porque sucedió en plena Primera Guerra Mundial. En efecto, solamente unos pocos meses antes habían tenido lugar una cadena de declaraciones de guerra entre las naciones europeas, dando lugar a la "Gran Guerra" como se la conocía hasta la Segunda Guerra Mundial.

Esta contienda europea es también trístemente célebre por la llamada "guerra de trincheras" entre los países combatientes: kilómetros y kilómetros de zanjas excavadas frente al enemigo, solamente para esperar que el bando contrario cometiera un error. Así murieron muchos soldados, con solo asomar un poco más la cabeza por sobre la protección que la trinchera ofrecía, para caer muertos ante la pericia de un francotirador enemigo.

En diciembre de 1914, había llegado al ejército inglés un informe de inteligencia en el que se aseguraba que los alemanes atacarían con fuerza en la misma noche de Navidad. En tensión, los soldados británicos apostados en la "tierra de nadie" en Ypres (Bélgica) esperaban cualquier movimiento sospechoso del enemigo para contra atacar. De pronto, uno de los vigías advirtió la aparición de unas tenues luces en el lado alemán, con lo que dio la voz de alerta para prepararse para el ataque. Sin embargo, nada sucedió. Las luces se multiplicaron, y con la ayuda de binoculares, los ingleses se llenaron de asombro al constatar que se trataba de árboles de Navidad en las trincheras. Pronto se oyeron con claridad agradables voces en alemán cantando villancicos: "Stille Nacht, heilige nacht..." "Noche de Paz, noche de amor...".

Según cuentan algunos, varios soldados ingleses se animaron a cantar también desde sus posiciones villancicos en inglés, con lo que el intercambio de balas de los meses anteriores se transformó en un intercambio de villancicos.

Entrando un poco más en confianza, soldados alemanes comenzaron a gritar en un inglés aproximado "We don't shoot, you don't shoot!" ¡No disparamos, ustedes no disparen! Sin embargo, la duda y el temor no se habían disipado del todo.

Algunos alemanes salieron de su trinchera con las manos en los bolsillos, para asombro de los ingleses. Salieron también dos de estos últimos de la suya y se pusieron a hablar con los enemigos. Uno de los alemanes dijo "Yo soy sajón, tú eres anglosajón. ¿Por qué nos peleamos?" Acordaron no disparar para poder enterrar a sus muertos. Incluso tuvo lugar una celebración fúnebre conjunta, para enterrar cadáveres de ambos bandos, con el capellán de uno de los ejércitos.

Más aun, se intercambiaron regalos: algunas pocas cosas que habían recibido de sus familias las intercambiaron con los soldados del otro bando. Quien no tenía qué dar, se despojaba de los botones de su casaca para que quedaran como recuerdo. Otros mostraban fotos de sus familiares, cartas, recuerdos íntimos...

¡Alemanes y británicos llegaron a jugar un partido de fulbito! Unos dicen que terminaron 2-1, otros que 3-2, siempre a favor de los alemanes.

Con tanto trato personal, los soldados comenzaron a ver a sus enemigos como personas como cualquier otra. A los ingleses les habían llegado crueles noticias de los excesos que soldados alemanes habían cometido en poblaciones civiles —matanzas y ultrajes de los más despiadados— y en plena "tierra de nadie" se encontraban con que eran tan humanos como ellos mismos...

¡Maravillosamente, había tenido lugar una tregua de Navidad, que nadie quería romper! Por lo que se sabe, no sólo se dio en Ypres, sino también a lo largo de buena parte de la disposición de trincheras en el frente de guerra.

¡Cuánta paz sentían los soldados al saber que no iban a ser disparados si caminaban libremente! ¡Hasta las aves volvieron a volar por sobre la "tierra de nadie". ¡Era un auténtico milagro de Navidad!

Sin embargo, ambos bandos sabían que se trataba de una tregua de soldados rasos, a espaldas de sus respectivos estados mayores. Entendieron que no podría durar mucho, pero se las ingeniaron lo mejor que pudieron para alargarla.

Como en aquella ocasión, en la que un oficial del ejército inglés se acercó a la trinchera para hacer una inspección. De pronto, el oficial advirtió que en la trinchera enemiga un soldado al que se le podría disparar y ordenó al soldado que tenía más a la mano a que lo hiciera. La orden fue obedecida de inmediato, pero el soldado "falló": el alemán ni se inmutó. El oficial volvió a ordenar que dispare y el soldado inglés trató de hacer que su bala pase más cerca del enemigo... para que se dé cuenta de la situación. Al tercer disparo el alemán entendió que se le estaba dando un aviso, y se echó al suelo con estrépito y con los brazos en alto. Satisfecho con la acción, el oficial inglés se retiró del frente.

Tanto silencio no podía pasar por alto para el Estado Mayor, como era evidente y cuando se dieron cuenta de ello en ambos bandos, los altos oficiales comenzaron a presionar para que se reanudasen las hostilidades. En algunos frentes la tregua no solamente duró unos pocos días, sino hasta el fin de mes. Puesto que la situación ante sus superiores se tornaba insostenible, en algunos frentes se hicieron "acuerdos" para avisar cuándo terminaba la tregua: tres disparos al aire, dos disparos al aire, una pausa, cosas por el estilo: para dar tiempo suficiente a que los rezagados se vuelvan a ocultar en sus trincheras.

Así continuó la guerra, y murieron cerca de nueve millones de personas hasta que se firmó la paz.

Los altos mandos de ambos bandos tomaron cartas en el asunto para que una situación parecida nunca más pudiera darse: se hizo rotar a los soldados de sus fronteras para que no hubiera posibilidad de tratar más de cerca al enemigo, en especial en la temporada de Navidad para evitar sentimentalismos. Se cuenta la historia de un capitán del ejército británico que fue condenado a muerte por su estado mayor por "confraternizar con el enemigo" en la tregua de Navidad del '14. El mismo rey Jorge de Inglaterra tuvo que intervenir para que se le perdone la vida.

Alfred Anderson, hasta hace poco el hombre más anciano de Escocia, con 109 años, falleció en noviembre de este año. Él era el último testigo de esa tregua navideña. A él la tregua de Navidad le tocó en Francia y duró solamente un día. Pero la vio y la vivió, estuvo con los alemanes, departió con ellos. Fue un hecho real. Es verdad que hay Paz de los hombres de buena voluntad. Que en estas Navidades, muy cerca del Niño Dios, cada uno de nosotros podamos también transmitir la Paz que irradia el Belén y que es capaz de detener una gran guerra.


viernes, diciembre 16, 2005

 

Para preparar la Navidad

Hace pocos días, en su alocución del Ángelus, el Papa Benedicto XVI ha alentado a todos los fieles de la cristiandad a prepararnos para la Navidad.
Nos ha animado a no caer en la que él llama “contaminación” comercial: en efecto, todos podemos caer en estos días de fiesta en la tentación de dejarnos llevar por las compras y los ajetreos a los que nos arrastra la sociedad de consumo, dejando de lado el sentido auténtico de la Navidad.

Para no caer en ese peligro, el Papa nos alienta a hacer uso del recurso de la Virgen. Ha puesto su atención en que los católicos hemos celebrado hace pocos días la fiesta de la Inmaculada Concepción, con lo que Santa María se convierte en la “puerta de entrada de la Navidad”, como la llama el Papa.

¡Acudamos a la Virgen, como nos sugiere Su Santidad, para concentrarnos como es debido en estas fiestas! Como dice Benedicto XVI, su auténtico espíritu está
“caracterizado por el recogimiento, la sobriedad, una alegría que no es exterior, sino íntima”. ¡Esta es la auténtica Navidad que hace falta que habite en nuestros corazones! Unas fiestas de la venida de Jesús en las que nos unimos más a Él, buscamos parecernos más a Él, acudimos más a Él. Nos dice el Papa hablándonos de la Virgen: “Dejemos, por tanto, que sea ella quien nos acompañe; que sus sentimientos nos animen a predisponernos con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al Hijo de Dios, venido a la tierra por nuestra redención. Caminemos junto a ella con la oración y acojamos la repetida invitación que nos dirige la Liturgia de Adviento a permanecer en espera, una espera vigilante y gozosa, pues el Señor no tardará: viene a liberar a su pueblo del pecado”.

Hace poco, los diarios de todo el mundo daban noticia de la muerte de un centenario excombatiente de la primera Guerra Mundial. Era el último testigo de un acontecimiento único en la Historia de las Guerras: una tregua el día de Navidad, en la que ingleses y alemanes dejaron de luchar, cantaron villancicos, jugaron partidos de fútbol y hasta se intercambiaron regalos. Algunos opinan que ese episodio pudo haber detenido la guerra y evitado que mueran nueve millones de personas hasta que tuvo lugar el Armisticio.

Algo parecido podría suceder en nuestros corazones con la venida de Jesús: una transformación interior. En Belén, nos encontraremos con un Niño, pobre, desnudo y necesitado de calor y cariño, que además tiene como misión dar su vida por nosotros. Y es la Virgen quien nos lo enseña.

En Italia es muy tradicional que en la fiesta de la Inmaculada Concepción, las familias preparen los Nacimientos, el belén, en sus casas. Tomando ocasión de esta costumbre, el Papa nos dice “Hacer el belén en casa puede ser una forma sencilla pero eficaz de presentar la fe y transmitirla a los propios hijos. El pesebre nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios que se ha revelado en la pobreza y en la sencillez de la gruta de Belén”.

¡Permitamos también nosotros que el Niño habite en nuestros corazones! Por eso nos dice también el Papa: “El belén nos puede ayudar, de hecho, a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, que «siendo rico, por vosotros se hizo pobre» (2 Corintios 8, 9). Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a quienes, como los pastores, acogen en Belén las palabras del ángel: «esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 12). Sigue siendo el signo también para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad”.

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